Carlos
Alberto Montaner
Washington,
EE.UU.
Santiago
me advirtió el resultado de estas elecciones. Se conocía al dedillo la sociedad
americana. En el momento de los comicios anteriores, muchos cubanos se
sorprendieron cuando Santiago Morales pidió el voto para Joe Biden y yo aseguré
que no se trataba de un comunista. Bastaba con revisar la votación de Biden a
favor de las transmisiones de Radio y TV Martí hacia Cuba. Era obvio que “Biden
no era un peligroso hombre de la izquierda marxista”, como lo presentan sus
adversarios. Santiago era “demócrata” y yo “independiente”. Unas veces votaba
con los republicanos y otras con los demócratas. A veces votaba con los
libertarios. Dependía del candidato. También votaba en España. En ese caso,
dependía de dónde estuviera radicado.
Recibo
puntualmente las “Notas de Dolor” que me envía la Unión de Expresos Políticos
Cubanos. Acaba de fallecer Santiago, mi entrañable amigo, quien fue preso
político. Tenía 80 años. Son más de 100,000 hombres y mujeres. Algo más del uno
por ciento de la población cubana. Si fueran los gringos, alcanzaría el millón
doscientos mil personas pasadas por los calabozos. Han transcurrido más de 60
años y aún hay más de mil prisioneros de conciencia. Todos han pasado por las
cárceles políticas de los Castro. Unos, pocos meses –como es mi caso, porque me
escapé a los 17–, y otros muchos, hasta 10, 20 o 30 años en condiciones
infrahumanas, como les sucedió a los comandantes de la revolución cubana Huber
Matos y Jaime Costa, conocido como “el Catalán”, a Roberto Martín Pérez, al
líder sindical Mario Chanes de Armas, exasaltante del Moncada y expedicionario
del Granma, o al poeta Ángel Cuadra, fundador del Pen Club en el exilio cubano,
por sólo mencionar a unos cuantos fallecidos. Muchos han perecido por
fusilamiento o por maltrato en los más de sesenta años que lleva esa dictadura.
No menciono a los centenares o miles de muertos, ahogados o devorados por los
tiburones en el estrecho de la Florida, porque es un número bastante impreciso
de personas, aunque se calcula que el resultado de sobrevivir en una precaria
balsa es del 50%. Por cada persona que consigue llegar a Florida, una muere en
el intento.
Santiago
Morales Díaz (“Notas de dolor”. Las aclaraciones entre paréntesis y en cursiva
son mías)
Natural de Pinar
del Río se incorporó a los campamentos de entrenamiento en Centro América con
19 años el 01 de julio, 1960, siendo el Brigadista #2531 (comenzó con el #2500,
así que fue uno de los primeros. Se llamaba Brigada de Asalto 2506). Nació el
16 de marzo, 1942. Infiltrado en Cuba para apoyar a los grupos de resistencia
en La Habana, fue arrestado y condenado a 30 años en la Causa 41/1962 de La
Cabaña. (No lo fusilaron porque era menor de edad y la ley, entonces, lo
prohibía, algo que el gobierno ignoraba con frecuencia). Su número era el
31,013 en el Presidio de Isla de Pinos. Luego le radicaron la Causa 513/1967 de
La Habana (dado que se fugó de la cárcel, estuvo varios meses escondido a la
espera de un barco clandestino que nunca llegó a Cuba. Más adelante fue
recapturado). Indultado el 25 de mayo de 1979 (por gestiones del banquero
Bernardo Benes de acuerdo con la administración de Jimmy Carter, quien admitió
a casi tres mil presos políticos cubanos en su país), emigró a EE.UU donde fue
un próspero hombre de negocios que jamás olvidó su compromiso con la causa por
la Libertad de Cuba. (Fundó en Miami “Maxi-Force, una empresa dedicada a la
fabricación y exportación de piezas de repuesto para maquinaria agrícola de
marca. Llegó a vender varios millones de dólares anualmente. Fabricaba,
fundamentalmente, en Turquía).
Hasta ahí la
“Nota de Dolor”. Santiago Morales algo que había aprendido de una manera
escalofriante. En 1962, cuando él cae preso, y fines del 66, cuando consigue
evadirse de la cárcel, se había producido la transformación de Cuba. Aquel pueblo
levantisco y rebelde, que se había sacudido el yugo español, las dictaduras de
Gerardo Machado y la de Fulgencio Batista, se había convertido en una sociedad
temerosa de marionetas arratonadas. Las represalias del régimen castrista, y el
temor a la muerte, habían logrado, como en todos los países que formaban el
Este de Europa, una ciudadanía que aplaudía “sinceramente” su propia
destrucción. El comunismo constituía una tiranía perfecta.
–¿No tienes
resentimientos contra EE.UU. cuando te infiltraron, inútilmente, en Cuba? –le
pregunté una tarde-noche en su casona de Coral Gables. Se quedó mirándome
sorprendido. Prendió un habano y me dijo: “No. Era muy difícil luchar contra
ese tipo de dictadura. Yo era un chiquillo inexperto y tenía 18 o 19 años. A
esa edad no se envía a la muerte a un muchacho. Pero nadie me obligó a
infiltrarme en Cuba. Eso sí, todos los infiltrados por la CIA en el Este fueron
cazados sin piedad y ejecutados. De eso me enteré mucho después. Los métodos
represivos de las dictaduras son diferentes”.
Afortunadamente,
después de pasar casi 20 años preso, logró reunirse con su noviecita cubana,
Eloísa Ferro, y vivió felizmente casado con ella hasta que le cerró los ojos.
Murió de cáncer de páncreas. He conocido pocas personas más deseosas de
continuar viviendo.