“La tecnología implicada es bastante compleja, pero la mecánica del
juego es muy simple: cada vez que te toca jugar, tienes un máximo de tres
segundos para acelerar tu chalupa esférica en la dirección que desees”, explicó
un parroquiano.
Mientras entizaba con parsimonia
la punta de su taco, uno de los parroquianos de la Taberna Errante dijo:
Hace unos días se hablaba aquí
del arquero zen que se vuelve uno con la flecha que va a disparar. ¿Y qué es la
bola de billar sino una flecha redonda que se dispara con un arco rectilíneo?
Para jugar plenamente al billar, tienes que ser la bola.
No sabes hasta qué punto es
cierto lo que has dicho, —contestó su compañero apoyándose en el borde de la
mesa—, a no ser que tú también hayas jugado al billar cósmico.
¿El billar cósmico? Ni siquiera
conocía su existencia.
No me sorprende. Pocos llegan a
conocerlo, y de esos pocos, poquísimos pueden o quieren contarlo… Las nueve
bolas del cosmobillar son chalupas esféricas de unos dos
metros de diámetro pilotadas por otros tantos jugadores, con lo cual el
requisito de “ser la bola” se cumple literalmente. Al comenzar el juego, las
chalupas orbitan alrededor de una única tronera, que es un pequeño agujero de
gusano, y cada jugador, por turno, se lanza a mayor o menor velocidad, según lo
requiera la jugada, contra alguna de las otras bolas o de las grandes balizas
elásticas que, controladas por los jueces de la partida, hacen las veces de bandas.
Fascinante. Y grandioso. Ese
billar cósmico requerirá una tecnología muy avanzada.
La tecnología implicada es
bastante compleja, pero la mecánica del juego es muy simple: cada vez que te
toca jugar, tienes un máximo de tres segundos para acelerar tu chalupa esférica
en la dirección que desees, tras lo cual sigues avanzando con movimiento
rectilíneo y uniforme hasta chocar con otra bola o con una banda, momento en el
que tienes otros tres segundos para decelerar.
¿Y si no chocas con otra bola
ni con una banda?
Entonces te sales del recinto
del juego y pierdes tu turno, como cuando la bola se sale de la mesa de billar.
¿Y el objetivo del juego?
Muy sencillo: meter las demás
bolas en la tronera. Y evitar que te metan a ti.
Deduzco que ganaste la partida,
puesto que estás aquí para contarlo.
Estuve a punto de ganar, sí;
pero cuando solo quedábamos tres de los nueve jugadores, uno de los otros dos,
mediante una afortunada carambola, me envió directo al agujero de gusano.
Pero en ese caso deberías haber
salido del universo.
Y eso hice: salí de mi
universo. Por eso estoy en el tuyo.
Los textos de esta
serie son breves aproximaciones narrativas a ese “gran juego” de la ciencia, la
técnica y la tecnología -tres hilos inseparables de una misma trenza- que está
transformando el mundo cada vez más deprisa y en el que todas/os debemos
participar como jugadoras/es, si no queremos ser meros juguetes.