La cultura taína dominicana, lengua y costumbre

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Los taínos y su cultura desarrollaron una cultura basada fundamentalmente en la producción agrícola que les permitió incrementar una apreciable actividad artesanal de objetos utilitarios, tales como vasijas y otros recipientes de barro y de madera, hachas de piedra bien pulimentadas, objetos de cestería de fibras vegetales y tejidos de algodón que eran decorados con tintes extraídos de la jagua (Genipa americana) y de la bija (Bixa orellana), con los cuales, también se pintaban sus cuerpos en ocasiones especiales.

Además, los taínos fueron excelentes escultores que confeccionaron artefactos ceremoniales de gran expresión artística como los duhos o asientos ceremoniales, los ídolos o cemíes, los instrumentos para el ritual de la cohoba y los aros monolíticos.

El cemí (también zemí o zeme), cuya figura, esculpida en diversos materiales y tamaños, podía actuar a voluntad influyendo de manera decisiva en el normal desarrollo de la vida humana y del medio natural: podía cohabitar con los hombres e incluso reproducirse a través de ellos. El cemí era el cuerpo vivo del dios, del ente mítico, del antepasado deificado. De la maestría con que se le tallase y de la capacidad para lograr reflejar el carácter del ser dependía en gran medida la efectividad emotiva que lo vincularía a los creyentes y el adecuado desempeño de sus prerrogativas espirituales.

La recolección de algunos frutos silvestres, la pesca y la caza marginal complementaban la alimentación del pueblo taíno, empleando en tales ctividades instrumentos y técnicas que, junto al uso práctico y medicinal dado a ciertas plantas, denotan su profundo conocimiento del medio ambiente natural.

Al momento de la llegada de los europeos, los taínos habitaban gran parte de las islas Española y Puerto Rico, al igual que el Oriente de Cuba y parte de Jamaica.

Aunque algo bajos de estatura, los indios taínos eran de cuerpos bien formados y piel color cobriza. Fueron gentes lampiñas, de cara ancha, con pómulos muy pronunciados, labios un poco gruesos y de muy buena dentadura.

Tenían el pelo negro, grueso y muy lacio, cortándoselo por encima de las cejas y también atrás, a diferencia de los macorixes y ciguayos quienes llevaban el pelo largo atándoselo atrás con una redecilla a la que insertaban plumas de «papagayos» (Temnotrogon roseigaster) y cotorras (Amazona ventralis).

Los indios macorixes y ciguayos habitaron en la zona nororiental de la isla de Santo Domingo, ocupando la península de Samaná y tierras aledañas. Se caracterizaban por ser muy belicosos y diferir lingüísticamente de los taínos.

Los taínos siempre andaban desnudos, llevando solamente en sus brazos y piernas unas ligas o fajas de hilos de algodón, aunque algunas mujeres casadas utilizaban unas faldillas, tejidas también en algodón, denominadas naguas.

Existió entre ellos la costumbre de practicarles a los niños la deformación artificial del cráneo, sujetándoles con bandas de algodón dos tablillas de palma, una en el frontal y otra en el occipital, con lo cual lograban que la frente luciera más ancha. Se perforaban el lóbulo inferior de las orejas con la finalidad de lucir en ellas pasadores decorativos u orejeras, llamadas en su lengua taguaguas.

Su organización social, política y religiosa fue la más evolucionada entre los grupos indígenas de las Antillas. Su máxima unidad territorial era el «cacicazgo» que agrupaba determinadas aldeas o «yucayeques«, los cuales estaban dirigidos por los «caciques«, que ascendían a estas posiciones por la vía matrilineal hereditaria o la realización de un hecho extraordinario.

El cacique se distinguía por el guanín o disco de oro que colgaba sobre su pecho, y por el uso de cinturones hechos de algodón trenzados con cuentecillas de pedrería y conchas, al igual que cintas para lucir en la cabeza, insertándoles a ambos una guaiza o pequeña carátula central.

Cuando el cacique emprendía un viaje distante de la aldea, sus súbditos le transportaban sobre una litera de madera y paja, mientras que sus hijos, cuando niños, les seguían cargados en hombros cerca de él.

Los caciques eran asistidos por unos personajes de elevada jerarquía, llamados nitaínos, siendo los naborias, de menor grado social, sobre quienes recaían faenas agrícolas y otros trabajos y servicios.

El behique o médico hechicero de la tribu fue otro personaje de importancia en la sociedad taína, por tener un vasto conocimiento de la farmacopea primitiva y velar por la curación de los enfermos mediante prácticas mágico-medicinales, interviniendo, también, en la confección de los ídolos de la cohoba y otros objetos rituales.

Actividades productivas

Los taínos llamaban conuco al lugar destinado a los sembradíos, empleando como técnicas agrícolas la siembra en montículos y el sistema de roza o tala y quema del bosque. En los montículos o montones, formados por túmulos circulares de tierra suelta, se desarrollan mejor las raíces tuberosas como la yuca (Manihot esculenta) y los ajes y las batatas (Ipomoea batatas), mientras que el sistema de roza fue utilizado, principalmente, para la siembra de maíz (Zea mays), el cual plantaban en época de luna llena al creer que así se garantizaban el crecimiento de la planta.

Los taínos aprovecharon, igualmente, los ciclos de lluvia para dar inicio a sus siembras y en la fase final de su evolución ya empeaban ciertos tipos de regadíos o acequias donde eran necesarios por la aridez de la tierra.

Sus instrumentos agrícolas fueron las hachas de piedra y la coa o pullón, especie de bastón de madera para cavar, cuya punta era previamente endurecida por el fuego.

Con la fricción de ciertas leñas los taínos obtenían el fuego, con el que cocinaban muchos de sus alimentos, cocían la cerámica y derribaban grandes árboles para preparar sus sembradíos o conucos y confeccionar las canoas.

Cuando caminaban o pescaban por la noche se alumbraban con hachos o trozos de madera resinosa como la cuaba o pino (Pinus occidentalis) y el goaconax o guaconejo (Amiris spp.).

Las hachas de piedra, al igual que los raspadores de concha, fueron artefactos de trabajo muy empleados por los taínos, principalmente para hacer sus múltiples objetos de madera.

Las hachas más típicas en la cultura taína son las petaloides, nombre dado por semejarse a pétalos de flores, pero hubieron otros tipos de hachas, como las hachas de cuello y los buriles, siendo algunas de ellas de uso manual, mientras que las de mayor tamaño se ataban al extremo de un mazo de madera.

Para la fabricación de sus hachas los indígenas seleccionaron rocas de gran consistencia y, por lo general, la superficie del instrumento presenta un reluciente pulimento.

El principal cultivo de los taínos era la yuca (Manihot esculenta) que rallaban o «guayaban» obteniendo una masa de la cual elaboraban el cazabí o cazabe (en la actualidad, casabe), especie de pan seco o torta que, previamente, tostaban sobre un burén y constituía su alimento básico.

El maíz (Zea mays) fue otro ingrediente importante en su dienta. Lo cosechaban dos veces al año y lo comían crudo, cuando tierno, y asado, cuando más seco o maduro. También lo rallaban o trituraban para hacer con agua cierto potaje.

Otros cultivos complementarios fueron la batata (Ipomoea batatas), y el aje (posible variedad de batata) que asaban entre las brasas, además de la yahutía (Colocasia esculenta), la guáyiga (Zamia debilis), el lerén (Calathea allouia), el maní (Arachis hypogea), el tabaco (Nicotiana tabacum), algunas especies de ají (Capsicum spp.) y frutas como la piña o ananá (Ananas comosus).

Otras muchas frutas, entre ellas el mamey (Mammea americana), la guanábana (Annona muricata), la lechosa o papaya (Carica papaya), el mamón o corazón (Annona reticulata), la guayaba (Psidium guajava), el caimito (Chrysophyllum cainito), el icaco o hicaco (Chrysobalanus icaco) y la pitahaya (Hylocereus undatus) eran recolectadas en estado silvestre.

La caza

Para la caza de las aves y otros animales, tales como quemíes, curíes, hutías, iguanas, caimanes, etc. utilizaron, al igual que para la pesa, el arco y la flecha, en cuyo uso eran muy diestros los indios, además de las lancetas arrojadas con propulsores y numerosas formas de trampas.

En el caso de las hutías y demás roedores, acostumbraban incendiar las sabanas, acorralando a los animales, para cazarlos en un lugar indicado o simplemente recogerlos quemados trás el incendio.

En el terminal de sus lanzas o flechas insertaban, en algunas ocasiones, una punta afilada hecha de la espina que tiene en la cola el pez raya o una astilla de hueso de manatí (Manatus sp.) mientras que en otras colocaban puntas extraídas de la resistente madera del copey (Clusia rosea).

Los taínos no tuvieron animales domésticos, a excepción del pequeño perro «mudo» o aon, cuya carne consumían, y las higuacas o cotorras (Amazona ventralis) a las que enseñaban a hablar. Asimismo, se emplearon corrales de estacas en los mares y ríos para el cautiverio de especies acuáticas y jaulas para las aves.


La pesca

La pesca fue una práctica común de los taínos, motivo para que sus poblados se formaran preferentemente a orillas del mar y de los ríos y sus esteros donde abundaban los manglares. Esa actividad, complementaria de su dieta, era realizada con arcos y flechas, anzuelos hechos de hueso o de concha de tortuga, y grandes redes de algodón que sumergían con pesas de piedra.

En la pesca marina usaron el pez guaicano o rémora (Eucheneis naucrotes), el cual sujetaban por una cuerda y soltaban de nuevo al mar para capturar otras presas de mayor tamaño a las cuales este pez se adhería fuertemente.

Los corrales, como sistema de pesca, hechos con hileras formadas por estacas de madera o caña y bejucos, fueron utilizados en algunas áreas por los taínos, principalmente en los mares tranquilos y poco profundos.

En los ríos también emplearon ciertas raíces (baiguá) que majaban en el agua para adormecer a los peces y, cerca de sus desembocaduras, apresaban al manatí (Manatus sp.) que les proporcionaba abundante carne y de cuyos huesos, especialmente las costillas, fabricaban amuletos, orejeras y utensilios ceremoniales, como las espátulas vómicas y los inhaladores de la cohoba.

En las playas capturaban a las tortugas cuando éstas venían a desovar y recolectaban algunos crustáceos y moluscos aprovechando sus conchas como materia prima para elaborar adornos e instrumentos utilitarios.

La vivienda

Los poblados taínos eran llamados yucayeques y sus unidades habitacionales fueron los bohíos y caneyes, fabricados de postes de madera que enterraban en el suelo y de cañas sujetadas por bejucos con techos de hojas de palma o paja, dejando en lo alto un respiradero recubierto por un caballete, para la salida del aire y del humo de las brasas que siempre mantenían dentro de las casas. Un solo bohío podía albergar a varias familias, ya que era frecuente entre los taínos que las hijas casadas vivieran en las casas de sus padres.

Los «bohíos», llamados también eracras, eran de forma circular y techos cónicos, mientras que el «caney», nombre dado a la casa de los caciques, era ocasionalmente rectangular y un tanto más espacioso, con techo de dos aguas y una marquesina frontal de recibo, estando situado frente al batey o plaza donde se congregaban los miembro de la tribu para celebrar muchas de sus actividades sociales y ceremoniales.

La casa de los caciques hacía ocasionalmente las veces de tempo cuando se guardaban en ella los ídolos o cemíes. En otros casos, la casa dedicada al culto de los cemíes podía encontrarse también en las afueras de las aldeas, celebrándose entonces dentro de ella las ceremonias religiosas.

Los taínos dormían en hamacas o camas colgantes, las cuales eran tejidas de algodón (Gossypium barbadense) o maguey (Agave spp.) y sujetadas en sus extremos por hicos o cuerdas de cabuya (Furcraea hexapetala) o de henequén (Agave sisalana).

Cuando emprendían algún viaje, los taínos transportaban sus hamacas y otras pertenencias en cestas, llamadas jabas. Las hamacas eran colgadas de los árboles o de los andamios de unas enramadas temporales, denominadas barbacoas, bajo las cuales se guarecían de los efectos del sol y de la lluvia.


Arte taíno

El arte de los taínos, conceptual y a la vez, utilitario, refleja antes de nada, su visión mágico-religiosa del mundo. Sus obras de arte están representadas por una vasta gama de objetos de uso personal y doméstico, y, en particular, por un rico repertorio ceremonial. La variedad y cantidad de estos objetos, trabajosamente elaborados (recordemos que no disponían de instrumentos metálicos) en los más diversos materiales obtenibles en su ambiente o derivados de su comercio, constituyen la muestra más fehaciente de su innata inclinación artística.

Las formas abstractas, naturalistas o estilizadas de estos objetos eran tradicionales y estereotipadas, por lo cual podemos distinguir verdaderas series de objetos similares en las diversas islas habitadas por los taínos o en aquellas a las que llegaba su comercio. Esta producción representa una arte conceptual al servicio de la sociedad taína a la vez que refleja una fuerte voluntad artística y una decidida intención mágico-religiosa. En algunas ocasiones los taínos se veían obligados a alterar las formas convencionales para adaptarlas al material o campo decorativo disponible, lo que hacían verdadera habilidad y sentido estético.

El arte taíno logra sus más bellas expresiones plásticas en el medio escultórico. Con el propósito de lograr su objetivo artístico, los taínos utilizaron las duras piedras como el granito, la diorita, el basalto y otras más fáciles de tallar como el mármol y la serpentina. En muchos casos el color de la piedra, las vetas de la misma y el pulimento que lograba darle facilitaba y enriquecía la obra artística.

También se hacía uso de las bellas y duras maderas de los bosques tropícales como el guayacán (Guaiacum officinale), la caoba (Swietenia mahagoni) y otras. Los huesos del manatí, el mamífero de mayor tamaño en la fauna antillana, le proveyó de material para algunos de los más bellos artefactos de uso ceremonial así como para tallar idolillos. El hueso humano, en particular el fémur y el cráneo también le ofrecían la oportunidad de grabar representaciones antropomorfas de carácter mágico-religioso y adornos ceremoniales.

Entre los objetos más destacados del arte taíno están los destinados al culto de los cemíes, como los ídolos tallados en piedra y madera, los artefactos rituales de la cohoba, junto a ciertos instrumentos musicales como las maracas monóxilas (de una sola pieza de madera).

En lo relativo a la indumentaria y adornos de uso corporal los taínos confeccionaron objetos de gran belleza, sobresaliendo los amuletos y collares de piedra, caracoles y colmillos, las guaizas o carátulas de concha sostenidas en los cinturones trenzados de algodón, y los guaníes o discos de oro que usaban los caciques.

Dentro del mobiliario taíno resaltan los duhos o banquillos ceremoniales que se consideran, junto a los imponentes cemís de la cohoba, unas de las realizaciones más representativas del arte primitivo universal.

Por su parte, los elaborados aros monolíticos (de una piedra) y las piedras acodadas, empleados posiblemente en el juego de la pelota, así como los vasos efigies cerámicos, de notable interés iconográfico, son igualmente valiosos exponentes de la pericia artística alcanzada por estos aborígenes en el logro de sus ejecuciones en piedra, concha, barro, hueso y sobre todo en la dura madera del guayacán (Guaiacum officinale) y la caoba (Swietenia mahagoni).

Incluso sus vasijas, manos de morteros, pintaderas de barro, hachas líticas y otros utensilios de uso cotidiano pueden ser apreciados como verdaderas creciones artísticas por su esmerada terminación y bellos rasgos decorativos de carácter esotérico.

Los morteros y majadores líticos de la cultura taína generalmente tienen esculpidos elementos figurativos que pueden tener forma humana o de animales, que junto a otras decoraciones en bajo relieve, le imprime a estos artefactos utilitarios un carácter propiamente ceremonial, por lo cual, los arqueólogos consideran que estas piezas talladas con gran esmero tendrían un sentido o función ritual y se emplearían en la pulverización de las plantas embriagantes inhaladas por los indios en la ceremonia de la cohoba con lo cual creían comunicarse con sus dioses o cemíes.

Mitología y religión taínas

Los taínos creían en un Ser Supremo y Protector al que llamaban Yúcahu Bagua Maócoti, cuya madre fue Atabey, Madre de las Aguas y Protectora de las parturientas, pero en sus creencias mitológicas concebían otras divinidades o cemíes que habitaban en el cielo, nombrado Turey, relacionándolos con los fenómenos atmosféricos, la creación de la Tierra y del género humano.

Entre sus más importantes relatos mitológicos están los de la creación del sol y de la luna que salieron de una cueva, llamada Mautiatihuel, donde habitaban dos cemíes hechos de piedra que eran Boínayel y Márohu, considerados dioses protectores y a los cuales se invocaba cuando no llovía.

Los taínos creían que después de muertos los hombres iban a un lugar sagrado llamado Coaybay y que sus espíritus, llamados opías, estaban recluídos durante el día y en la noche salían de manera placentera a comer del fruto de la guayaba (Psidium guajava).

En términos religiosos, el taíno fue animista, politeísta, creyente de la vida de ultratumba, totémico y fetichista. En su producción artesanal y en el grafismo pictórico están presentes esas creencias.

Los sacerdotes llamados behiques tenían mucha influencia sobre la población en general, ya que ellos tenían un doble poder; como intermediarios entre los dioses y los hombres, y como médicos o curanderos. Sin embargo, la religión en sí estaba en poder de los hombres, correspondiéndole al cacique el ser jefe, guerrero y religioso al mismo tiempo. Una de las creencias más generalizadas era el cemitismo, representado por ídolos o cemíes, considerados como dioses tutelares. Cada cacique o jefe tribal tenía un cemí particular, aparte de que existían cemíes que eran aceptados como bienhechores por los diversos grupos clánicos. Estos ídolos estaban representados en diferentes formas y fabricados con diversos materiales: piedra, barro, madera, hueso, concha y hasta de algodón.

Entre los cemíes mas aceptados estaban las «piedras de tres puntas» o trigonolitos, relacionadas con sus rituales propiciatorios de la fecundidad, tales como la productividad de los conucos y la reproducción del género humano.

El trigonolito es una pieza sumamente especializada en cuanto al área en la cual se ha encontrado hasta el momento con mayor frecuencia. La costa este de La Española y las costas del oeste de Puerto Rico han sido los lugares donde se han encontrado en cantidades apreciables estas piezas.

En cuanto al animismo, el taíno creía que los espíritus de los muertos podían tener sus moradas en los árboles. Creía percibir la presencia de éstos cuando se producían movimientos de las ramas o ramificaciones especiales de las raíces. Cuando ello ocurría, el behique o sacerdote buscaba interpretar los deseos que los muertos querían manifestar, según la creencia. Por otra parte, una práctica ritual muy importante lo era la de la cohoba, a través de la cual se buscaba obtener los mensajes cemíticos.

El ritual de la cohoba

Entre los taínos, la principal ceremonia religiosa fue la cohoba en la cual, mediante la inhalación de unos polvos alucinógenos, el cacique o behique entraba en un estado de trance creyendo comunicarse con sus dioses o espíritus a los que invocaba pidiendo ayuda y protección.

Antes de entrar al templo los taínos se introducía en la boca una espátula con la finalidad de vomitar, purificándose interiormente, para así evitar los efectos de indigestión que podrían producir los elementos tóxicos que contenían los polvos de la cohoba.

El polvo alucinógeno empleado en la cohoba era colocado sobre un plato de ofrendas que generalmente tenían los ídolos tallados sobre la cabeza (cemíes de la cohoba, como el que aparece arriba), desde donde los oficiantes lo inhalaban mediante unos cañutos en forma de Y.

Los participantes en esta ceremonia se decoraban el cuerpo para la ocasión y, al entrar al reciento, eran recibidos por el cacique, quien tocaba el mayohabao o tambor de madera, sentándose luego en cuclillas en torno al cemí ante el cual se practicaba el ritual.

Al presidir esta ceremonia de la cohoba, al igual que los juegos de pelota y otras festividades, los caciques, junto a los demás señores principales, empleaban para sentarse unos banquillos, hechos de madera o piedra, llamados duhos.

El tabaco

El tabaco ocupó un sitial muy importante en la sociedad taína, asociándolo a sus ceremonias rituales y a sus prácticas mágico-curativas.

Al parecer, por sus propiedades embriagantes y aromáticas, el tabaco en forma de rapé fue uno de los componentes de los polvos alucinógenos inhalados en las cohobas.

Los indígenas usaron igualmente el tabaco por placer y para mitigar el cansancio del cuerpo en las largas caminatas que frecuentemente hacían.

Para ello, en las proximidades de sus casas, cultivaron con esmero las plantas de tabaco (Nicotiana tabacum) cuyas hojas secaban para hacer unos rolletes alargados que los indios fumaban constantemente.

El juego de pelota

Los indios de la Española, Puerto Rico y las demás Antillas fueron muy aficionados al juego de la pelota, utilizando para ello una pelota de goma posiblemente extraída del copey (Clusia rosea), la cual sorprendió a los españoles quienes desconocían la existencia de la goma.

En el juego participaban dos equipos de indeterminado número de jugdores que trataban de mantener la pelota en el aire, golpeándola tan sólo con las caderas, los codos, los hombros y con la cabeza, sin poder emplear las manos para darle, precisándose gran agilidad y destreza por parte de los jugadores, ya fuesen estos hombres o mujeres.

El lugar donde se jugaba recibió el nombre de batey, consistiendo en una cancha generalmente de forma rectángular, cuyos linderos podían estar demarcados por una hilera o calzada de piedra, teniendo algunos de estos peñazcos petrogliflos o figuras labradas con representaciones de cemíes u otras imágenes tutelares.

El areíto

Una ceremonia ritual de suma importancia para el taíno lo constituía el areito, que era una expresión musical de cantos y danzas, complementada con recitaciones de hechos y hazañas ocurridas en tiempos antepasados. El areito se considera el signo más avanzado dentro de todas las expresiones culturales del pueblo taíno. Por lo regular lo practicaban en plazas ceremoniales que los españoles llamaron «corrales» y era dirigido por una persona principal. (Vea Centro Ceremonial Indigena de Tibes, Ponce, Puerto Rico.)

El areito servía para expresar la unidad tribal y educar a los jóvenes y niños en las tradiciones familiares y de la sociedad. Tenían significados muy variados, por lo cual un areito podía ser amoroso, doliente, de guerra, plañidero y de carácter místicoreligioso. En otras palabras, los areitos solemnizaban ritos, aniversarios, celebraciones de bodas, ascensión de caciques, las cosechas y las victorias guerreras. Cantos bailados y fraseados coralmente iban acompañados por instrumentos musicales fabricados de madera fuerte y hueca.

Como instrumentos musicales utilizaban maracas de madera o de higüero (Crecentia cujete), el mayohabao o tambor confeccionado de un tronco ahuecado que colocado en el suelo se golpeaba con un mazo, además de fotutos o trompetas de caracol, ocarinas de barro y flautas de caña o hueso.

A estos cantos y bailes acudían los hombres y mujeres, pintándose el cuerpo con tintes rojos, blancos y negros, adornándose, también, con sartas de caracoles y semillas que hacían las veces de sonajas, cuya sonoridad ayudaba a mantener el ritmo a los danzantes. Al mismo tiempo tomaban ciertos brebajes embriagantes.

Prácticas funerarias

En lo relativo a la muerte, no existía una unidad ritual, por lo cual las ceremonias funerarias respondían a diferentes formas. Lo único que unificaba los ritos y ceremonias de enterramiento era la creencia en un mundo supraterrenal o de ultratumba, por lo que los muertos eran enterrados con sus pertenencias esenciales para que en el más allá reconciliaran la vida personal con la vida material.

Si quien moría era un cacique se acostumbraba, en algunas regiones, a enterrar viva, junto a él, a su esposa preferida, denominándose a la mujer que padecía tal sacrificio Athebeane Nequen.

El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo narra que, después de muerto, al cacique lo fijaban con unas vendas de algodón tejidas, le ponían sus joyas preferidas y lo sepultaban sentado en un duho dentro de una bóveda de palos y sus indias e indios recitaban en los areitos las obras más sobresalientes de su vida.

 

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