Los
taínos y su cultura desarrollaron una cultura basada fundamentalmente en la
producción agrícola que les permitió incrementar una apreciable actividad
artesanal de objetos utilitarios, tales como vasijas y otros recipientes de
barro y de madera, hachas de piedra bien pulimentadas, objetos de cestería de
fibras vegetales y tejidos de algodón que eran decorados con tintes extraídos
de la jagua (Genipa
americana) y de la bija (Bixa orellana), con los
cuales, también se pintaban sus cuerpos en ocasiones especiales.
Además, los
taínos fueron excelentes escultores que confeccionaron artefactos ceremoniales
de gran expresión artística como los duhos o asientos
ceremoniales, los ídolos o cemíes, los instrumentos
para el ritual de la cohoba y los aros monolíticos.
El cemí (también zemí o zeme),
cuya figura, esculpida en diversos materiales y tamaños, podía actuar a
voluntad influyendo de manera decisiva en el normal desarrollo de la vida
humana y del medio natural: podía cohabitar con los hombres e incluso reproducirse
a través de ellos. El cemí era el cuerpo vivo del dios, del ente mítico, del
antepasado deificado. De la maestría con que se le tallase y de la capacidad
para lograr reflejar el carácter del ser dependía en gran medida la efectividad
emotiva que lo vincularía a los creyentes y el adecuado desempeño de sus
prerrogativas espirituales.
La
recolección de algunos frutos silvestres, la pesca y la caza marginal
complementaban la alimentación del pueblo taíno, empleando en tales ctividades
instrumentos y técnicas que, junto al uso práctico y medicinal dado a ciertas
plantas, denotan su profundo conocimiento del medio ambiente natural.
Al momento de la
llegada de los europeos, los taínos habitaban gran parte de las islas Española
y Puerto Rico, al igual que el Oriente de Cuba y parte de Jamaica.
Aunque algo
bajos de estatura, los indios taínos eran de cuerpos bien formados y piel color
cobriza. Fueron gentes lampiñas, de cara ancha, con pómulos muy pronunciados,
labios un poco gruesos y de muy buena dentadura.
Tenían
el pelo negro, grueso y muy lacio, cortándoselo por encima de las cejas y
también atrás, a diferencia de los macorixes y ciguayos quienes llevaban el
pelo largo atándoselo atrás con una redecilla a la que insertaban plumas de
«papagayos» (Temnotrogon
roseigaster) y cotorras (Amazona ventralis).
Los indios
macorixes y ciguayos habitaron en la zona nororiental de la isla de Santo
Domingo, ocupando la península de Samaná y tierras aledañas. Se caracterizaban
por ser muy belicosos y diferir lingüísticamente de los taínos.
Los taínos
siempre andaban desnudos, llevando solamente en sus brazos y piernas unas ligas
o fajas de hilos de algodón, aunque algunas mujeres casadas utilizaban unas
faldillas, tejidas también en algodón, denominadas naguas.
Existió
entre ellos la costumbre de practicarles a los niños la deformación artificial
del cráneo, sujetándoles con bandas de algodón dos tablillas de palma, una en
el frontal y otra en el occipital, con lo cual lograban que la frente luciera
más ancha. Se perforaban el lóbulo inferior de las orejas con la finalidad de
lucir en ellas pasadores decorativos u orejeras, llamadas en su lengua taguaguas.
Su
organización social, política y religiosa fue la más evolucionada entre los
grupos indígenas de las Antillas. Su máxima unidad territorial era el
«cacicazgo» que agrupaba determinadas aldeas o «yucayeques«, los
cuales estaban dirigidos por los «caciques«, que ascendían a
estas posiciones por la vía matrilineal hereditaria o la realización de un
hecho extraordinario.
El
cacique se distinguía por el guanín o disco de oro que
colgaba sobre su pecho, y por el uso de cinturones hechos de algodón trenzados
con cuentecillas de pedrería y conchas, al igual que cintas para lucir en la
cabeza, insertándoles a ambos una guaiza o pequeña carátula
central.
Cuando el
cacique emprendía un viaje distante de la aldea, sus súbditos le transportaban
sobre una litera de madera y paja, mientras que sus hijos, cuando niños, les
seguían cargados en hombros cerca de él.
Los
caciques eran asistidos por unos personajes de elevada jerarquía,
llamados nitaínos, siendo los naborias, de menor grado
social, sobre quienes recaían faenas agrícolas y otros trabajos y servicios.
El behique o
médico hechicero de la tribu fue otro personaje de importancia en la sociedad
taína, por tener un vasto conocimiento de la farmacopea primitiva y velar por
la curación de los enfermos mediante prácticas mágico-medicinales,
interviniendo, también, en la confección de los ídolos de la cohoba y
otros objetos rituales.
Actividades
productivas
Los
taínos llamaban conuco al lugar destinado a los sembradíos,
empleando como técnicas agrícolas la siembra en montículos y el sistema de roza
o tala y quema del bosque. En los montículos o montones, formados por túmulos
circulares de tierra suelta, se desarrollan mejor las raíces tuberosas como la
yuca (Manihot esculenta) y los ajes y las batatas (Ipomoea batatas),
mientras que el sistema de roza fue utilizado, principalmente, para la siembra
de maíz (Zea mays), el cual plantaban en época de luna llena al creer
que así se garantizaban el crecimiento de la planta.
Los
taínos aprovecharon, igualmente, los ciclos de lluvia para dar inicio a sus
siembras y en la fase final de su evolución ya empeaban ciertos tipos de
regadíos o acequias donde eran necesarios por la aridez de la tierra.
Sus
instrumentos agrícolas fueron las hachas de piedra y la coa o
pullón, especie de bastón de madera para cavar, cuya punta era previamente endurecida
por el fuego.
Con la
fricción de ciertas leñas los taínos obtenían el fuego, con el que cocinaban
muchos de sus alimentos, cocían la cerámica y derribaban grandes árboles para
preparar sus sembradíos o conucos y confeccionar las canoas.
Cuando caminaban
o pescaban por la noche se alumbraban con hachos o trozos de madera resinosa
como la cuaba o pino (Pinus occidentalis) y el goaconax o
guaconejo (Amiris spp.).
Las
hachas de piedra, al igual que los raspadores de concha, fueron artefactos de
trabajo muy empleados por los taínos, principalmente para hacer sus múltiples
objetos de madera.
Las
hachas más típicas en la cultura taína son las petaloides, nombre dado por
semejarse a pétalos de flores, pero hubieron otros tipos de hachas, como las
hachas de cuello y los buriles, siendo algunas de ellas de uso manual, mientras
que las de mayor tamaño se ataban al extremo de un mazo de madera.
Para la
fabricación de sus hachas los indígenas seleccionaron rocas de gran
consistencia y, por lo general, la superficie del instrumento presenta un
reluciente pulimento.
El
principal cultivo de los taínos era la yuca (Manihot esculenta) que
rallaban o «guayaban» obteniendo una masa de la cual elaboraban el cazabí o cazabe (en
la actualidad, casabe), especie de pan seco o torta que,
previamente, tostaban sobre un burén y constituía su alimento
básico.
El maíz (Zea
mays) fue otro ingrediente importante en su dienta. Lo cosechaban dos veces
al año y lo comían crudo, cuando tierno, y asado, cuando más seco o maduro.
También lo rallaban o trituraban para hacer con agua cierto potaje.
Otros
cultivos complementarios fueron la batata (Ipomoea batatas), y el aje
(posible variedad de batata) que asaban entre las brasas, además de la yahutía
(Colocasia esculenta), la guáyiga (Zamia debilis), el lerén (Calathea
allouia), el maní (Arachis hypogea), el tabaco (Nicotiana tabacum),
algunas especies de ají (Capsicum spp.) y frutas como la piña o
ananá (Ananas comosus).
Otras
muchas frutas, entre ellas el mamey (Mammea americana), la guanábana (Annona
muricata), la lechosa o papaya (Carica papaya), el mamón o corazón (Annona
reticulata), la guayaba (Psidium guajava), el caimito (Chrysophyllum
cainito), el icaco o hicaco (Chrysobalanus icaco) y la pitahaya (Hylocereus
undatus) eran recolectadas en estado silvestre.
La caza
Para la
caza de las aves y otros animales, tales como quemíes, curíes, hutías, iguanas,
caimanes, etc. utilizaron, al igual que para la pesa, el arco y la flecha, en
cuyo uso eran muy diestros los indios, además de las lancetas arrojadas con
propulsores y numerosas formas de trampas.
En el
caso de las hutías y demás roedores, acostumbraban incendiar las sabanas,
acorralando a los animales, para cazarlos en un lugar indicado o simplemente
recogerlos quemados trás el incendio.
En el
terminal de sus lanzas o flechas insertaban, en algunas ocasiones, una punta
afilada hecha de la espina que tiene en la cola el pez raya o una astilla de
hueso de manatí (Manatus sp.) mientras que en otras colocaban
puntas extraídas de la resistente madera del copey (Clusia rosea).
Los
taínos no tuvieron animales domésticos, a excepción del pequeño perro «mudo»
o aon, cuya carne consumían, y las higuacas o
cotorras (Amazona ventralis) a las que enseñaban a hablar. Asimismo, se
emplearon corrales de estacas en los mares y ríos para el cautiverio de
especies acuáticas y jaulas para las aves.
La pesca
La pesca
fue una práctica común de los taínos, motivo para que sus poblados se formaran
preferentemente a orillas del mar y de los ríos y sus esteros donde abundaban
los manglares. Esa actividad, complementaria de su dieta, era realizada con
arcos y flechas, anzuelos hechos de hueso o de concha de tortuga, y grandes
redes de algodón que sumergían con pesas de piedra.
En la
pesca marina usaron el pez guaicano o rémora (Eucheneis
naucrotes), el cual sujetaban por una cuerda y soltaban de nuevo al mar
para capturar otras presas de mayor tamaño a las cuales este pez se adhería
fuertemente.
Los
corrales, como sistema de pesca, hechos con hileras formadas por estacas de
madera o caña y bejucos, fueron utilizados en algunas áreas por los taínos,
principalmente en los mares tranquilos y poco profundos.
En los
ríos también emplearon ciertas raíces (baiguá) que majaban en el agua
para adormecer a los peces y, cerca de sus desembocaduras, apresaban al manatí (Manatus sp.)
que les proporcionaba abundante carne y de cuyos huesos, especialmente las
costillas, fabricaban amuletos, orejeras y utensilios ceremoniales, como las
espátulas vómicas y los inhaladores de la cohoba.
En las
playas capturaban a las tortugas cuando éstas venían a desovar y recolectaban
algunos crustáceos y moluscos aprovechando sus conchas como materia prima para
elaborar adornos e instrumentos utilitarios.
La
vivienda
Los
poblados taínos eran llamados yucayeques y sus unidades
habitacionales fueron los bohíos y caneyes,
fabricados de postes de madera que enterraban en el suelo y de cañas sujetadas
por bejucos con techos de hojas de palma o paja,
dejando en lo alto un respiradero recubierto por un caballete, para la salida
del aire y del humo de las brasas que siempre mantenían dentro de las casas. Un
solo bohío podía albergar a varias familias, ya que era frecuente entre los
taínos que las hijas casadas vivieran en las casas de sus padres.
Los
«bohíos», llamados también eracras, eran de forma circular y
techos cónicos, mientras que el «caney», nombre dado a la casa de los caciques,
era ocasionalmente rectangular y un tanto más espacioso, con techo de dos aguas
y una marquesina frontal de recibo, estando situado frente al batey o
plaza donde se congregaban los miembro de la tribu para celebrar muchas de sus
actividades sociales y ceremoniales.
La casa
de los caciques hacía ocasionalmente las veces de tempo cuando se guardaban en
ella los ídolos o cemíes. En otros casos, la casa dedicada al culto de los
cemíes podía encontrarse también en las afueras de las aldeas, celebrándose
entonces dentro de ella las ceremonias religiosas.
Los
taínos dormían en hamacas o camas colgantes, las cuales eran
tejidas de algodón (Gossypium barbadense) o maguey (Agave spp.)
y sujetadas en sus extremos por hicos o cuerdas de cabuya (Furcraea
hexapetala) o de henequén (Agave sisalana).
Cuando
emprendían algún viaje, los taínos transportaban sus hamacas y otras
pertenencias en cestas, llamadas jabas. Las hamacas eran colgadas
de los árboles o de los andamios de unas enramadas temporales,
denominadas barbacoas, bajo las cuales se guarecían de los efectos
del sol y de la lluvia.
Arte
taíno
El arte
de los taínos, conceptual y a la vez, utilitario, refleja antes de nada, su
visión mágico-religiosa del mundo. Sus obras de arte están representadas por
una vasta gama de objetos de uso personal y doméstico, y, en particular, por un
rico repertorio ceremonial. La variedad y cantidad de estos objetos,
trabajosamente elaborados (recordemos que no disponían de instrumentos
metálicos) en los más diversos materiales obtenibles en su ambiente o derivados
de su comercio, constituyen la muestra más fehaciente de su innata inclinación
artística.
Las
formas abstractas, naturalistas o estilizadas de estos objetos eran
tradicionales y estereotipadas, por lo cual podemos distinguir verdaderas
series de objetos similares en las diversas islas habitadas por los taínos o en
aquellas a las que llegaba su comercio. Esta producción representa una arte
conceptual al servicio de la sociedad taína a la vez que refleja una fuerte
voluntad artística y una decidida intención mágico-religiosa. En algunas
ocasiones los taínos se veían obligados a alterar las formas convencionales
para adaptarlas al material o campo decorativo disponible, lo que hacían
verdadera habilidad y sentido estético.
El arte
taíno logra sus más bellas expresiones plásticas en el medio escultórico. Con
el propósito de lograr su objetivo artístico, los taínos utilizaron las duras
piedras como el granito, la diorita, el basalto y otras más fáciles de tallar
como el mármol y la serpentina. En muchos casos el color de la piedra, las
vetas de la misma y el pulimento que lograba darle facilitaba y enriquecía la
obra artística.
También
se hacía uso de las bellas y duras maderas de los bosques tropícales como el
guayacán (Guaiacum officinale), la caoba (Swietenia mahagoni) y
otras. Los huesos del manatí, el mamífero de mayor tamaño en la fauna
antillana, le proveyó de material para algunos de los más bellos artefactos de
uso ceremonial así como para tallar idolillos. El hueso humano, en particular
el fémur y el cráneo también le ofrecían la oportunidad de grabar
representaciones antropomorfas de carácter mágico-religioso y adornos
ceremoniales.
Entre los
objetos más destacados del arte taíno están los destinados al culto de los
cemíes, como los ídolos tallados en piedra y madera, los artefactos rituales de
la cohoba, junto a ciertos instrumentos musicales como las maracas monóxilas
(de una sola pieza de madera).
En lo
relativo a la indumentaria y adornos de uso corporal los taínos confeccionaron
objetos de gran belleza, sobresaliendo los amuletos y collares de piedra,
caracoles y colmillos, las guaizas o carátulas de concha
sostenidas en los cinturones trenzados de algodón, y los guaníes o
discos de oro que usaban los caciques.
Dentro
del mobiliario taíno resaltan los duhos o banquillos
ceremoniales que se consideran, junto a los imponentes cemís de la cohoba, unas
de las realizaciones más representativas del arte primitivo universal.
Por su
parte, los elaborados aros monolíticos (de una piedra) y las piedras acodadas,
empleados posiblemente en el juego de la pelota, así como los vasos efigies
cerámicos, de notable interés iconográfico, son igualmente valiosos exponentes
de la pericia artística alcanzada por estos aborígenes en el logro de sus
ejecuciones en piedra, concha, barro, hueso y sobre todo en la dura madera del
guayacán (Guaiacum officinale) y la caoba (Swietenia mahagoni).
Incluso
sus vasijas, manos de morteros, pintaderas de barro, hachas líticas y otros
utensilios de uso cotidiano pueden ser apreciados como verdaderas creciones
artísticas por su esmerada terminación y bellos rasgos decorativos de carácter
esotérico.
Los
morteros y majadores líticos de la cultura taína generalmente tienen esculpidos
elementos figurativos que pueden tener forma humana o de animales, que junto a
otras decoraciones en bajo relieve, le imprime a estos artefactos utilitarios
un carácter propiamente ceremonial, por lo cual, los arqueólogos consideran que
estas piezas talladas con gran esmero tendrían un sentido o función ritual y se
emplearían en la pulverización de las plantas embriagantes inhaladas por los
indios en la ceremonia de la cohoba con lo cual creían comunicarse con sus
dioses o cemíes.
Mitología
y religión taínas
Los
taínos creían en un Ser Supremo y Protector al que llamaban Yúcahu
Bagua Maócoti, cuya madre fue Atabey, Madre de las Aguas y
Protectora de las parturientas, pero en sus creencias mitológicas concebían
otras divinidades o cemíes que habitaban en el cielo, nombrado Turey,
relacionándolos con los fenómenos atmosféricos, la creación de la Tierra y del
género humano.
Entre sus
más importantes relatos mitológicos están los de la creación del sol y de la
luna que salieron de una cueva, llamada Mautiatihuel, donde
habitaban dos cemíes hechos de piedra que eran Boínayel y Márohu,
considerados dioses protectores y a los cuales se invocaba cuando no llovía.
Los
taínos creían que después de muertos los hombres iban a un lugar sagrado
llamado Coaybay y que sus espíritus, llamados opías,
estaban recluídos durante el día y en la noche salían de manera placentera a
comer del fruto de la guayaba (Psidium guajava).
En
términos religiosos, el taíno fue animista, politeísta, creyente de la vida de
ultratumba, totémico y fetichista. En su producción artesanal y en el grafismo
pictórico están presentes esas creencias.
Los
sacerdotes llamados behiques tenían mucha influencia sobre la
población en general, ya que ellos tenían un doble poder; como intermediarios
entre los dioses y los hombres, y como médicos o curanderos. Sin embargo, la
religión en sí estaba en poder de los hombres, correspondiéndole al cacique el
ser jefe, guerrero y religioso al mismo tiempo. Una de las creencias más
generalizadas era el cemitismo, representado por ídolos
o cemíes, considerados como dioses tutelares. Cada cacique o jefe
tribal tenía un cemí particular, aparte de que existían cemíes que eran
aceptados como bienhechores por los diversos grupos clánicos. Estos ídolos
estaban representados en diferentes formas y fabricados con diversos
materiales: piedra, barro, madera, hueso, concha y hasta de algodón.
Entre los
cemíes mas aceptados estaban las «piedras de tres puntas» o trigonolitos,
relacionadas con sus rituales propiciatorios de la fecundidad, tales como la
productividad de los conucos y la reproducción del género humano.
El
trigonolito es una pieza sumamente especializada en cuanto al área en la cual
se ha encontrado hasta el momento con mayor frecuencia. La costa este de La
Española y las costas del oeste de Puerto Rico han sido los lugares donde se
han encontrado en cantidades apreciables estas piezas.
En cuanto
al animismo, el taíno creía que los espíritus de los muertos podían tener sus
moradas en los árboles. Creía percibir la presencia de éstos cuando se
producían movimientos de las ramas o ramificaciones especiales de las raíces.
Cuando ello ocurría, el behique o sacerdote buscaba interpretar los deseos que
los muertos querían manifestar, según la creencia. Por otra parte, una práctica
ritual muy importante lo era la de la cohoba, a través de la cual se buscaba
obtener los mensajes cemíticos.
El ritual
de la cohoba
Entre los
taínos, la principal ceremonia religiosa fue la cohoba en la
cual, mediante la inhalación de unos polvos alucinógenos, el cacique o behique
entraba en un estado de trance creyendo comunicarse con sus dioses o espíritus
a los que invocaba pidiendo ayuda y protección.
Antes de
entrar al templo los taínos se introducía en la boca una espátula con la finalidad
de vomitar, purificándose interiormente, para así evitar los efectos de
indigestión que podrían producir los elementos tóxicos que contenían los polvos
de la cohoba.
El polvo
alucinógeno empleado en la cohoba era colocado sobre un plato de ofrendas que
generalmente tenían los ídolos tallados sobre la cabeza (cemíes de la cohoba,
como el que aparece arriba), desde donde los oficiantes lo inhalaban mediante
unos cañutos en forma de Y.
Los
participantes en esta ceremonia se decoraban el cuerpo para la ocasión y, al
entrar al reciento, eran recibidos por el cacique, quien tocaba el mayohabao o
tambor de madera, sentándose luego en cuclillas en torno al cemí ante el cual
se practicaba el ritual.
Al
presidir esta ceremonia de la cohoba, al igual que los juegos de pelota y otras
festividades, los caciques, junto a los demás señores principales, empleaban
para sentarse unos banquillos, hechos de madera o piedra, llamados duhos.
El tabaco
El tabaco
ocupó un sitial muy importante en la sociedad taína, asociándolo a sus
ceremonias rituales y a sus prácticas mágico-curativas.
Al
parecer, por sus propiedades embriagantes y aromáticas, el tabaco en forma de
rapé fue uno de los componentes de los polvos alucinógenos inhalados en las
cohobas.
Los
indígenas usaron igualmente el tabaco por placer y para mitigar el cansancio
del cuerpo en las largas caminatas que frecuentemente hacían.
Para
ello, en las proximidades de sus casas, cultivaron con esmero las plantas de
tabaco (Nicotiana tabacum) cuyas hojas secaban para hacer unos rolletes
alargados que los indios fumaban constantemente.
El juego
de pelota
Los
indios de la Española, Puerto Rico y las demás Antillas fueron muy aficionados
al juego de la pelota, utilizando para ello una pelota de goma posiblemente
extraída del copey (Clusia rosea), la cual sorprendió a los españoles
quienes desconocían la existencia de la goma.
En el
juego participaban dos equipos de indeterminado número de jugdores que trataban
de mantener la pelota en el aire, golpeándola tan sólo con las caderas, los
codos, los hombros y con la cabeza, sin poder emplear las manos para darle,
precisándose gran agilidad y destreza por parte de los jugadores, ya fuesen
estos hombres o mujeres.
El lugar
donde se jugaba recibió el nombre de batey, consistiendo en una
cancha generalmente de forma rectángular, cuyos linderos podían estar
demarcados por una hilera o calzada de piedra, teniendo algunos de estos
peñazcos petrogliflos o figuras labradas con representaciones de cemíes u otras
imágenes tutelares.
El areíto
Una
ceremonia ritual de suma importancia para el taíno lo constituía el areito,
que era una expresión musical de cantos y danzas, complementada con
recitaciones de hechos y hazañas ocurridas en tiempos antepasados. El areito se
considera el signo más avanzado dentro de todas las expresiones culturales del
pueblo taíno. Por lo regular lo practicaban en plazas ceremoniales que los
españoles llamaron «corrales» y era dirigido por una persona
principal. (Vea Centro Ceremonial Indigena de Tibes, Ponce, Puerto Rico.)
El areito
servía para expresar la unidad tribal y educar a los jóvenes y niños en las
tradiciones familiares y de la sociedad. Tenían significados muy variados, por
lo cual un areito podía ser amoroso, doliente, de guerra, plañidero y de
carácter místicoreligioso. En otras palabras, los areitos solemnizaban ritos,
aniversarios, celebraciones de bodas, ascensión de caciques, las cosechas y las
victorias guerreras. Cantos bailados y fraseados coralmente iban acompañados
por instrumentos musicales fabricados de madera fuerte y hueca.
Como
instrumentos musicales utilizaban maracas de madera o de higüero (Crecentia
cujete), el mayohabao o tambor confeccionado de un tronco
ahuecado que colocado en el suelo se golpeaba con un mazo, además de fotutos o
trompetas de caracol, ocarinas de barro y flautas de caña o hueso.
A estos
cantos y bailes acudían los hombres y mujeres, pintándose el cuerpo con tintes
rojos, blancos y negros, adornándose, también, con sartas de caracoles y
semillas que hacían las veces de sonajas, cuya sonoridad ayudaba a mantener el
ritmo a los danzantes. Al mismo tiempo tomaban ciertos brebajes embriagantes.
Prácticas
funerarias
En lo
relativo a la muerte, no existía una unidad ritual, por lo cual las ceremonias
funerarias respondían a diferentes formas. Lo único que unificaba los ritos y
ceremonias de enterramiento era la creencia en un mundo supraterrenal o de
ultratumba, por lo que los muertos eran enterrados con sus pertenencias
esenciales para que en el más allá reconciliaran la vida personal con la vida
material.
Si quien
moría era un cacique se acostumbraba, en algunas regiones, a enterrar viva,
junto a él, a su esposa preferida, denominándose a la mujer que padecía tal
sacrificio Athebeane Nequen.
El
cronista Gonzalo Fernández de Oviedo narra que, después de muerto, al cacique
lo fijaban con unas vendas de algodón tejidas, le ponían sus joyas preferidas y
lo sepultaban sentado en un duho dentro de una bóveda de palos y sus indias e
indios recitaban en los areitos las obras más sobresalientes de su vida.