¿Está loco Vladimir Putin?

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Carlos Alberto Montaner

CORTESÍA DE FIRMAS PRESS

ESTADOS UNIDOS

La pregunta se la ha­ce el periodista y na­rrador Juan Manuel Cao. Él no lo cree, ni yo tampoco. Está un poco loco, como todos los dic­tadores, pero eso no le impide tener una cierta idea distorsio­nada de la realidad. ¿Estaba lo­co Adolfo Hitler o era un mani­pulador que generaba ataques de pánico en todos los que le rodeaban? ¿Estaba loco Fidel Castro cuando suponía que el “imperialismo yanqui” le envia­ba los ciclones y lo denunciaba desde la tribuna? En todo caso, la locura es una categoría mé­dica que cambia parcialmen­te con cada edición del DSM o Manual de Diagnósticos y Estadísticas de los Trastornos Mentales de la “Asociación Americana de Psiquiatría”.

Esto viene a cuento de Vla­dimir Putin. Sus ideas de la diplomacia y de la vulnera­bilidad de su país son las del cardenal Richelieu y las de su sucesor, el cardenal Mazari­no, telón de fondo de algu­nas de las mejores narraciones de Los tres mosqueteros. Fue­ron ideas excelentes para en­grandecer a Francia en el siglo XVII, pero ridículas en el siglo XXI para referirse a Rusia. Ru­sia es el mayor país de la tierra (el doble de Canadá). Y el más poblado de los países euro­peos o euroasiáticos, si vamos a ser más precisos en el terre­no de la demografía: 150 mi­llones de habitantes.

Putin no ha advertido que la tecnología militar ha cam­biado la faz de Rusia para siempre. Sería impensable que los jinetes de Mongolia, bebiendo la sangre de sus pe­queñas cabalgaduras, con­quistaran un territorio tan grande como lograron en la Edad Media. (El mayor impe­rio continuo que habían visto los humanos). O que los co­sacos rusos (hay cosacos tam­bién en Ucrania) se insubor­dinaran exitosamente contra Moscú. Eso, sencillamente, no es posible.

Por eso es tan vil la acción de Putin contra los ucrania­nos y contra los rusos. Son dos pueblos unidos por la historia y por la etnia, pero separados por la política desde que Le­nin (y luego Stalin) dejaron a millones de ucranianos morir de hambre para darles una fallida lección de economía política.

Los ucranianos mayoritaria­mente quieren montar tienda aparte. Desean parecerse a los franceses, a los ingleses y a los es­tadounidenses en sus formas polí­ticas. Acusarlos de “nazis”, cuan­do es un judío quien fue electo presidente por una abrumadora mayoría, es una repugnante men­tira que, afortunadamente, casi nadie ha creído en Ucrania ni en Rusia. Ha tenido que publicarse una reseña de los parientes de Ze­lensky, y una entrevista de Fareed Zakaria en CNN (el periodista in­dio-estadounidense), para saber que uno de sus bisabuelos fue que­mado vivo en el terrible Holocaus­to. Ocurrió en un ataque típico de las SS, organizado por los nazis en los villorrios de Ucrania durante la Segunda Guerra mundial.

Realmente, Putin no está só­lo en esa postura antigua ante las esferas de influencia y el mundi­llo segregado por el cardenal Ri­chelieu en la primera mitad del siglo XVII. Toda esa gente que piensa que fue una “enorme tra­gedia” la desaparición del Blo­que del Este –Vladimir Putin en­tre ellos– está equivocada. Cada vez se acentuaba más la diferen­cia entre los bloques. Con cada hallazgo de la ciencia, con cada desarrollo de la tecnología, que casi siempre ocurrían en Occi­dente, se ampliaba el foso que se­paraba ambos bloques.

Putin cometió un inmenso error tratando de revivir el ex­traño universo en el que recuer­da a la URSS. Se hundió cada vez más dominando (y asesinando) a los chechenos, a los moldavos, a los georgianos y, últimamen­te, a los ucranianos. Afortunada­mente –para Ucrania y también para Rusia– no pudo “tragarse” a Ucrania y tuvo que variar sus ob­jetivos concretando a la zona de “Donbás”. Ese territorio, limítrofe con Rusia, en el sureste de Ucra­nia, donde el porcentaje de rusó­filos es mucho mayor, pero al di­vidir en dos Donetsk y Luhansk y llamarlos “Repúblicas popula­res” se hizo evidente que inten­taba revivir el imperio soviético, lo que no hizo felices a esos rusó­filos. Una cosa es sentirse rusos y otra muy diferente es sentirse so­viéticos.

¿Hasta qué punto Putin rectifi­cará? No creo que suceda. Segui­rá atado al ejemplo del cardenal Richelieu sin advertir que lo que era bueno para Francia, en el si­glo XVII, puede hundir a Rusia en el XXI. Estados Unidos descu­brió que las colonias eran muy costosas y no les traía más que contratiempos. Cuando siguió el ejemplo de Europa, casi naufraga con Filipinas, pero en 1946, al fin de la Segunda Guerra mundial, les dieron la total independencia. Puerto Rico es un barril sin fondo, y si no se lo quitan del presupuesto es porque en el 1917 les otorgaron la ciudadanía a los puertorrique­ños y ese es un privilegio perma­nente. Los ejemplos sobran: nun­ca España, Portugal y Turquía han sido más prósperas y felices que cuando se transformaron en de­mocracias carentes de colonias. Putin no lo entiende. Regreso a la pregunta de Cao: ¿está loco Vladi­mir Putin?

 

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